INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LAS INVERSIONES
El dinero no tiene emociones ni sentimientos, pero quien lo utiliza sí.
Por eso vale la pena reflexionar en torno a una habilidad habitualmente ignorada por los inversionistas: la inteligencia emocional.
Ahora bien, ¿qué es la inteligencia emocional? En términos generales, la inteligencia emocional es la capacidad que tiene una persona de reconocer, interpretar, gestionar y aplicar sus emociones y sentimientos para optimizar su razonamiento y solucionar problemas.
Generalmente creemos que un buen inversionista debe tener más habilidades racionales que emocionales. Es decir, que sepa interpretar tendencias, analizar riesgos y realizar adecuadamente análisis técnicos y fundamentales, por mencionar sólo algunas.
Obviamente, ese tipo de habilidades ayudan mucho, pero el factor emocional no deja de ser muy importante.
“Para invertir con éxito no se requiere un coeficiente intelectual estratosférico, conocimientos comerciales inusuales o información privilegiada. Lo que se necesita es un marco intelectual sólido para tomar decisiones y la capacidad de evitar que las emociones corroan el marco.”
La mayoría de las inversiones conllevan dos posibilidades: ganar o perder, cada una de ellas con el potencial de producir emociones que pueden hacerte perder mucho dinero. ¿Cuáles son? Aquí te compartimos las tres más comunes:
Miedo. Esta emoción puede motivarte a invertir en instrumentos “seguros”, en los que lo único seguro es que tu dinero perderá valor, sea porque te dan rendimientos mediocres o negativos en términos reales. El miedo también puede impulsarte a que te deshagas de un activo de manera precipitada y que luego adquiera un valor mucho mayor al que tenía
cuando lo vendiste, un error que cometen con frecuencia muchos inversionistas.
Codicia. Alimentada por altas expectativas y un optimismo poco racional (pero muy emocional), la codicia puede persuadirte a que ignores tu tolerancia al riesgo y concentres tus inversiones en instrumentos extremadamente volátiles. Curiosamente, el inversionista que cede a su propia codicia, posteriormente pasa a la primera emoción: el miedo.
Arrogancia. Tal vez la más peligrosa de todas, porque perpetúa la ignorancia. La vanidad coarta el aprendizaje que todo inversionista debe tener. Un inversionista que cede a su vanidad difícilmente reconocerá sus errores, se empecinará en demostrar que no se ha equivocado y, paradójicamente, se hundirá cada vez más y más en el pantano de su necedad.